Reseña del debate: “¿Nacho progre o Harvey Weinstein?: apuntes sobre el trato que dan los hombres a las mujeres”
Por María José Chaves Brito
El pasado miércoles 25 de setiembre, tuvo lugar el provechoso espacio de Debates sobre feminismos del CIEM, bajo la dirección de la Dra.Isabel Gamboa Barboza y la Dra.María Flórez-Estrada; esta vez, desde la temática: ¿Nacho progre o Harvey Weinstein?: apuntes sobre el trato que dan los hombres a las mujeres. En dicho espacio, Samantha Araya y Camila Cuevas llevaron a la reflexión del público, a partir de la moderación de Tanisha Brenes. Dicho evento fue llevado a cabo en la Sala 1 de Audiovisuales de la Biblioteca Carlos Monge Alfaro, Sede Rodrigo Facio, de la Universidad de Costa Rica.
En un primer momento, Samantha habló de las vivencias cotidianas de las mujeres trans e introdujo su intervención diciendo que: “Nadie elige ser quien es, nadie escoge a sus padres, nadie escoge tan siquiera el lugar donde vivir, nadie escoge el lugar de dónde ser (...) ni tampoco los cuerpos”, pues cada quien se mueve conforme se siente y quiere representarse. También apuntó que hay un trato machista y patriarcal de parte de los hombres a las mujeres.
Reconoció haber sido víctima de maltrato, abuso y discriminación por parte de los hombres. Colocó como ejemplo el acoso que experimentan las mujeres en la cotidianidad, al transitar por una esquina donde hay hombres; lo que se agudiza aún más para las mujeres trans, quienes al pasar por el mismo lugar, han sido golpeadas en la cabeza con limones o tomates podridos.
En medio de un ambiente que denotaba pesar al escuchar la anécdotas de Samantha, ella comentó que les gritan: “ahí va el playo” o se les burlan en su transitar, diciéndoles: “¡Qué huevotes!”. La participante dijo odiar esa expresión, pues es lo último que se le ve y es lo último que quiere expresarle a la sociedad. Mencionó además, tener “unos huevotes” para salir adelante y para decirle “no” a la sociedad y para decirle al hombre “no quiero hacer lo que tú me digas, hago lo que yo quiera y como yo quiera”.
Desde otro ángulo, criticó que las mujeres trans han sido vistas por los hombres desde una perspectiva sexual, y que por ser trans, pareciera que anda un letrero en la frente que dice: “quiero sexo”. Con un público atento a sus relatos, Samantha explicó que los hombres se dan la libertad de preguntarle cuánto cobra, e incluso la invitan a moteles. También mofó de cómo hay hombres que la humillan y ridiculizan al pasar, y luego, en la individualidad la abordan para pedirle el nombre o el número de teléfono.
Dijo estar harta de que las vean como carne o como un objeto. Expresó que esto le da asco, y que tuvo que pasar 16 años en el comercio sexual, realizando acciones que no quería hacer, o teniendo relaciones sexuales con hombres que no quería.
Samantha comentó que en los servicios públicos la discriminan por ser una mujer trans, y que si es un hombre el que la atiende, la tratan como hombre. Cuestionó por qué llegar a estos extremos, si todas las personas caben en este país.
La participante invitó al público a repensar qué es ser hombre y qué es ser mujer y propuso salirse de esos moldes. Finalizó haciendo un llamado a que las personas feministas interioricen y analicen su activismo interior al respecto de la discriminación interseccional y múltiple que viven las personas trans. Asimismo, llevó a la reflexión si desde nuestras fronteras estamos incluyendo las luchas de todas la mujeres: trans, intersex, cisgénero, heterosexual, bisexual, lesbianas, afros, con discapacidad, indígenas, privadas de libertad y las que no pueden alzar la voz.
Seguidamente, Camila Cuevas inició su intervención comentando que las categorías de hombre-mujer le producen mucho ruido, porque dentro de sus vivencias, esas categorías se desdibujan, y creía necesario abordarlas, al hablar de figuras masculinas como un Harvey o un Nacho. Comentó que estas parecieran ser categorías de oposición que han exaltado las diferencias y agrupado a los seres humanos en dos “cajitas” inherentes desde el nacimiento, donde hay un pene asignado al hombre y una mujer asignada con una vulva. Propuso que esas categorías no son inocentes y que van a regir todas las dinámicas, vínculos, relaciones, sentimientos, forma de vestir, moverse y actuar de una persona. Son categorías que tienen una relación jerárquica, donde el cuerpo masculinizado es el dominante.
Ante esto, Camila expresó que prefiere hablar de cuerpos masculinizados y cuerpos feminizados, porque son un largo período de construcción de relaciones sociales, que le dan el vestigio al cuerpo, de cuál va a ser su performatividad. Abogó por separar el cuerpo de la esencia, apoyando lo que dijeron las primeras feministas: una no nace siendo mujer, una se construye como tal y alrededor de la mirada del otro, siendo esta es una construcción contextual.
La participante expuso que construir cuál es su lugar en el mundo, le hace complejizar los sistemas de violencia, pues le da una autonomía al sistema patriarcal: un hombre o una mujer de izquierda, pueden ser machistas. Asimismo, replanteó el título de la actividad, colocando en su lugar: “El Nacho progre o el Harvey Weinstein sobre el trato que dan los cuerpos masculinizados a los cuerpos feminizados”.
Se reforzó uno de los puntos abordados por Samantha y es que Camila también habló de que en un sistema patriarcal heteronormativo y cisnormativo, es necesario ver miradas que den a los puntos ciegos de esas cajitas: las intersecciones de personas indígenas, cuerpos feminizados con otras orientaciones sexuales, etc. Mencionó la importancia de evidenciar cómo esos cuerpos se van a ver en intersección con otras jerarquías que le son independientes pero que tienen una retroalimentación muy importante: clases sociales, país de procedencia, rezagos de la colonización. Ante esto, complejizó que desde las mismas políticas sociales, si no se apunta a esos puntos ciegos, se harán políticas sesgadas, por ejemplo, para la mujer blanca que quiere ser madre, excluyendo a todos los demás cuerpos feminizados.
Finalizó su intervención hablando de dos experiencias personales que tituló “Sobreviviendo al Harvey y al Nacho”. En cuanto al primero, se refirió a un ámbito laboral, que decía ser feminista, donde encontró una figura jerárquica que emitía comentarios que daban cuenta de su mirada categórica sobre las mujeres (en constantes ocasiones aludía a la sensibilidad de las mujeres), o bien, de su origen europeo (al realizar comentarios despectivos sobre América Central). El segundo, dijo haberlo encontrado en numerosas ocasiones a partir de su participación en el movimiento estudiantil, donde se autodenominaba lesbiana al momento de negociar alianzas, con el fin de demostrar que el contrato no estaba escrito y que no iba a haber un vínculo jerárquico sexual.