Una mirada desde las víctimas de abusos sexuales, en el marco de las denuncias de abuso al expresidente de Costa Rica, Oscar Arias
Por Sylvia Mesa Peluffo
La violencia sexual contra las mujeres y las niñas ha sido una práctica histórica en el patriarcado. El cuerpo de las mujeres es visto como un territorio, que debe ser conquistado. Como dice Rita Laura Segato, “la violación se dirige al aniquilamiento de la voluntad de la víctima, cuya reducción es justamente significada por la pérdida del control sobre el comportamiento de su cuerpo y el agenciamiento del mismo por la volun¬tad del agresor. La víctima es expropiada del control sobre su espacio-cuerpo” (2013, pág.20).
Una víctima de violencia sexual puede demorar muchos años antes de denunciarlo. Es más, se estima que solamente un tercio de las víctimas llegan alguna vez a hacerlo.
La violencia sexual es una experiencia traumática, por lo que una de las reacciones es evitar todo lo que pueda recordarle lo que le sucedió, y evidentemente, denunciar es revivir la experiencia con toda su carga emocional. Pero además, se cruzan otros factores, en nuestras sociedades, en las que existen relaciones de poder históricamente desiguales entre los hombres y las mujeres, la experiencia de abuso es vivida por las mujeres con vergüenza, sobre todo porque se ha insistido en que las mujeres no deben tener relaciones sexuales libremente y porque cuando denuncian un abuso, se considera que ellas son las culpables.
A eso se agrega el miedo que implica estar con alguien que tiene más poder y abusa de él y las consecuencias que puede traerle una denuncia. La primera, la reacción pública, que tiende a darle mayor credibilidad al agresor sexual que a su víctima y hace comentarios revictimizantes, como:«ella se lo buscó», «lo hizo para conseguir algo a cambio», “ahora lo denuncia pero bien que le gustó”. Además, hay que tener en cuenta las características del proceso penal, que parte de la presunción de inocencia del acusado y, por tanto, obliga a la víctima a probar, no solamente que sucedió, sino además que fue contra su voluntad.
El hecho de que sea un presunto agresor célebre, implica que hay mayor temor de denunciarlo, por las consecuencias que la denuncia puede acarrear a la presunta víctima, tanto legales como enonómicas, sociales y personales. Es más, en muchos casos estas situaciones ni siquiera se denuncian. Creo que el movimiento Me too que se originó en los Estados Unidos es una muestra de cómo mujeres famosas y poderosas guardaron el secreto de la violencia sexual que habían vivido por muchos años.
Considero que las víctimas siempre pueden sanar. Es una herida profunda, que requiere un proceso terapéutico especializado, largo y doloroso, pero se puede lograr que la persona se fortalezca, que aunque no olvide el abuso, sea capaz de recuperar su salud y si así lo desea, enfrentar a quien la agredió.
Los tribunales serán quienes decidan lo que va a suceder en este caso, con todas las reglas del debido proceso. Sin embargo, más allá de lo que decidan los tribunales, en este caso celebramos la valentía de haberlo denunciado, que nos recuerda que nadie es impune, ni siquiera un hombre todo poderoso. Como dice Teresa Ulloa Ziaurriz, activista por los derechos de las mujeres en México, “hacer que los hombre poderosos rindan cuentas es particularmente difícil en América Latina debido al machismo, la corrupción y los niveles tan altos de impunidad".
Nota:
Artículos relacionados con el caso en el que participan la Directora del CIEM, Dra. Montserrat Sagot y la coordinara del Equipo Interdisciplinarioi del CIEM, Máster Sylvia Mesa.
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